Todos los sociólogos peruanos, imbuidos de un heroico espíritu de optimismo, derraman diariamente sus notables conocimientos en vano intento de orientar a padres e hijos para que no falle el viejo aforismo popular que interrelaciona a la niñez y a la juventud con el futuro de la patria.
En efecto, desde la gran mentira china de que cada niño viene con su pan bajo el brazo los peruanos, que somos creyentes a ultranza de los dogmas, tradiciones, mitos y leyendas, nos tragamos sin agua ni ápice de duda el tema del pan axilar de nuestros hijos. Con el entusiasmo digno de mejor suerte seguimos dale que dale a la herramienta hasta llenar la casa de muchachos malcriados y llorones pensando, con buena fe, que ellos salvarán al Perú.
Para los padres, jóvenes o veteranos, naturales o con ayuda del vecino, la responsabilidad parece terminar cuando la esposa entrega a la comunidad internacional un nuevo espécimen de futuro ciudadano.
La felicidad, como las elecciones democráticas, sólo tiene la duración de veinticuatro horas. Horas en las que el afortunado padre se bebe media cantina demostrando que es un hombrón haciendo hijos y terminando de joder al país.
Después de dicho lapso de radiante satisfacción, el infeliz se da cuenta que debajo del brazo el párvulo no ha traído ni mierda y que ahora, con el mismo sueldo cojudo que gana, tendrá que cubrir los gastos de la casa y pasar hambres mirando fijamente al futuro de la patria como ingiere leche en ingentes cantidades, caga pañales a montones, orina sábanas sin piedad y duerme tan tranquilo que provoca estrangularlo al maldito.
¡Futuro de la patria!... sí, seguro.
Los abuelos, que se encargan de malograr hijos ajenos aunque sean de sus propios vástagos, contribuyen exitosamente a engrandecer el futuro del Perú o mejor dicho, colaboran con el sano intento de poner más cojudos a los nietos de lo que ya son por sangre y estirpe.
Como dice el humorista chileno Coco Legrand: Primero les hablan en otro idioma muy diferente el castellano y el infante en lugar de entendernos mejor, sigue tragando leche, cagando pañales y orinando sábanas; y a lo mejor, dentro de la psicología infantil moderna, se pregunta con sorpresa: ¿Porqué tendré abuelos tan huevones?
En la actualidad, con tanta delincuencia, desorden vehicular, tanto padres como hijos no saben que hacer con sus propias vidas. Ya no es como antes que las mamás salían con sus crías al parque para que tomen sol y aire fresco. Las viejas pitucas y las que querían parecer aristócratas, enviaban a sus productos con empleada enmandilada con el mismo fin. Lo cierto es que los hijos de los pobres y los ricos por lo menos se unían en el parque, porque ahí todos eran iguales. No existía el peligro de las mafias de traficantes de niños, ni de los maraqueros seguidores de Abimael, Osama o Bush.
Cuando crecían los muchachos, por lo menos sometidos al Manual de Carreño, los padres, sin querer liberarse de la responsabilidad para con el futuro del Perú, pensaban que habían colegios buenos, universidades buenas e institutos armados para los que andaban misios y querían educación superior para los suyos. Los viejos eran más sinceros que nadie, pues sabían que en cada casa y en cada familia bien conformada se estaba construyendo el futuro de Cojulandia (Perú).
Después de algún tiempo los padres e hijos han cambiado desde la cuna. Superman, el Hombre araña, Rambo I, II,III y todas las huevonadas infantiles creadas en Hollywood y Japón con sus robots, han logrado desplazar a la Caperucita Roja de la que tanto anda hablando el lobo, Hansel y Gretel, El satresillo valiente, Pinocho que por ahí dicen que está de casanova dado a su envidiable órgano de estructura maderil y otros tantos personajes heroicos y brillantes que hacían soñar con el país de las maravillas o el mundo de nunca jamás.
Que se puede esperar de la niñez y la juventud si ahora se juega con misiles y la forma de sacarle la mierda a Saddam Husein, pistolas láser, bombas de destrucción masiva y el que menos practica judo, karate o taw kwon do. Y esto se da ya que ahora los papis modernos se mueren de alegría cuando matriculan al pequeño cojudo para que se convierta en tortuga ninja y llegan al orgasmo mental al ver a su crío disfrazado de Kimono y parado sobre el tatame.
Todo va de mal en peor, menos mal que yo ya fui criado de la mejor manera posible y que no tengo a quien mierda malcriar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario