Fin de semana marcado en el calendario. La noche llega. Tu cuerpo siente que por fin se acabará tu dolorosa, sacrificada y casi milagrosa semana de abstinencia. La hora de libar ha llegado y olvidas tus ingenuos juramentos al pie de tu fiel amigo de porcelana y las maldiciones dadas al amargo líquido elemento mientras mirabas tu techo dar vueltas y más vueltas cual trompo.
Un grupo de hijos de la gran flauta que han llegado literalmente desesperados a esa noche (por la sacrificada abstinencia) te esperan en la misma esquina de siempre, sentados en la mismos lugares, con las mismas ropas y te apuesto un caramelo de limón más un pan con asado -de la tía veneno de mi universidad- que hasta con las mismas conversaciones.
Se miran las caras y cual saludo la reunión de soles y céntimos (para los más misios) ayuda al libre desenvolvimiento de cada uno. Hasta diría que ese solemne acto de la “chanchita” es como sacarle el veneno al la primera cerveza porque ni bien juntado el dinero (previo agradecimiento a los papitos, mamitas, carteras de mamitas, billeteras de papitos o recolección de ferros de cuarto en cuarto) ya empiezas a escuchar idioteces tal como proezas sexuales, consejos para que les caigas a la chica más rica de tu aula y planes de gobierno (si señores, planes de gobierno porque hasta presidente, y de los buenos, te vuelves con el alcohol sino pregunten a Toledo).
Luego de la gloriosa adquisición del refresco de Baco los ojos de cada miembro de tu entorno va tornandose de un brillo inexplicable, casi extasiados y no falta un wevon que hasta a punto de llorar está.
Y empieza el abrutamiento voluntario y obligado (a la misma vez) de tus sentidos. Sentado y "chupando" el frío no se siente. La gente se vuelve más bruta que tú (porque tú nunca hablas sonseras de borracho). Prendes cigarrillo tras cigarrillo y a veces sólo para dejarlos consumirse en tus dedos (no sean imbéciles no compren más cigarros y ahorren esos céntimos para el ron tumba gente de 8 lucas).
Y tras sólo media hora ya empiezas a ver en su máximo esplendor como ese amargo pero exquisito líquido empieza a realizar su cruel y despiadada labor. Ojos achinados, jetas alargadas y de colores raros, caras rojísimas y en otros casos moradas, conversaciones elegantemente gráficas, silencios aprobatorios de cualquier imbecilidad mentada y hasta un esbozo de vómito con olor a flatulencia toman preponderancia en tu habitad alcoholero.
Ya avanzadas las horas vas viendo como esos 10 soles que tenías en el bolsillo y que te alcanzaría para cervezas, ron, cigarros, papitas, apuestas para tu partido del siguiente día, hamburguesa con papas gruesas (o sea la más cara) y hasta para tus pasajes del lunes van desapareciendo como por obra de magia o por pendejada de tu compañero. Y así se dan las primeras controversias, porque no son conflictos, sólo controversias. Y una caricia de puño cerrado te marea aun más de lo que ya estás. Y ni tus gritos entiendes porque cuando te das cuenta otra vez estás esperando que regresen de comprar el trago.
Entonces ya ves como la noche se va a dormir y paralelamente a la aclaración del infinito se van formando las parejas de amigos y los clásicos “me compre un carro wevón”, “te estimo como mierda”, “pero yo la quiero pe” van sonando y retumbando en las paredes de tus vecinos que te mientan hasta a la mamá de tu gato.
Y así te da el domingo. Resaqueado, sin dinero, golpeado y jurando por enésima vez junto a tu fiel amigo de porcelana que nunca más volverás a “chupar”.
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