Pues cuando me di cuenta ya no tenía arreglo. Estaba sentado en un rincón oscuro de aquel cuarto con las ventanas tapadas de ladrillos y con la puerta cerrada por un candado. Lloraba, lo recuerdo, lloraba mucho, veía como lo opaco se confundía con mi cuerpo y mi alma se empezaba a unir a ese festín. Traté de ponerme en pie, pero era inútil, las piernas no me respondían y la desesperación hacía más complejo y entendible mi llanto.
Me sentía sucio, además de empapado en algo que no sé que era. El cuarto olía a baño de cantina de mala muerte. Logré pararme, caminar unos pasos. Habían charcos en el piso. Apoyado en la pared con mucho esfuerzo sin querer encontré un interruptor. Se hizo la luz. La habitación era de color blanca, con muchas manchas de barro y de sangre. Había un colchón de inexplicable color -la suciedad se mezclaba con la humedad y la sangre- y con unos cuantos agujeros por donde se veían los resortes. Una caja de fruta al lado del colchón que fungía de mesa de noche y una foto sobre ella. Todo empezó a tener sentido.
Me vi, era sangre, pero no la mía. Mis piernas estaban arañadas y mis rodillas muy hinchadas. No terminaba de inspeccionar el cuarto visualmente cuando un cuerpo mutilado estaba a mis pies. Era una mujer, le habían cortado las piernas y los brazos, era la de la foto. Una llave cerca a ella, la cogí tratando de ni tan siquiera rozar ese cuerpo y trate con ella en el candado, la puerta se abrió.
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