Cuando el soldado regresó de la guerra y buscó su vida entre cartas, fotos y viejas canciones encontró que todo había cambiado. Su amada, su fiel compañera y dócil mujer, se había convertido en un témpano de hielo, en una caja de pandora que al abrirla se atiborraba el ambiente de nombres, de saludos, de alcohol, de noches de fiesta publicadas sin el menor pudor.
Él no hallaba comodidades. Volvió al hogar es verdad, pero no sabía si podría vivir con los rezagos de una vida que se liberó y que aprendió del mejor a como sobrellevar el dolor y así crecer.
Los pensamientos lo mataban. Los recuerdos de antes de partir a la guerra lo atiborraban: ese cariño tan puro que se tenían, el amor sumiso de ambos y los besos casi siempre el principio y fin de todo. Quién sabe si ella supiera lo que pasó él, qué pasaría si confiara.
No aguantó más, se puso fuerte unos días y no pudo más. Cayó al inmenso abismo del alcohol y las drogas donde uno busca refugio y una pala para cavar su tumba. Se suicido. Se llevó con él los recuerdos del amor más puro y grande que el mundo jamás vio y que jamás volverá a ver...
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