jueves, 18 de octubre de 2007

La idiosincrasia de la vida: una extradición

El viernes 21 de setiembre el país depuró en ápices de moral su honra y nefasto pasado -democráticamente hablando- al enterarse que el presidente de la Segunda Sala de la Corte Suprema de Chile, Alberto Chaigneau, había resuelto la extradición del extraditable Alberto Fujimori.

Primeras reacciones semejantes a las secundantes a un embarazo de 24 meses se mezclaban con rostros de impotencia muy parecidos a los causados por un severo estancamiento vehicular de hora punta.

Los infundamentados dependientes ideológicos del fujimorismo se jalaban los pelos, tiraban de sus neuronas buscando respuestas, auscultaban en sus folios de contactos llenos de escarceos políticos foráneos tratando de encontrar la columna que se desplomó sin previo aviso y que trajo consigo a su líder.

Nunca tan confundidos, Keyko, Carlos Rafo y compañía, no discernían el cómo Chile se atrevía a perjudicar de soslayo a un ciudadano de un país con el que trataba un TLC muy beneficioso para los sureños.

Al otro polo de la irracionalidad, la mayoría de los peruanos exhalaban con gotas de tranquilidad: uno de los supuestos más grandes delincuentes de la historia ya estaba en suelo patrio.

Este contexto inusitado en el que ambas posturas se encontraban daba como resultado un híbrido de democracia-demagogia-lamentos que se daba en su total plenitud en las vociferadas críticas de los más acérrimos fujimoristas y los sollozos argumentos de los posibles beneficiados del nefasto régimen dictatorial.

Y es que a los partidarios del extraditado les sobran los porqués y las teorías basadas en la casería de brujas. Parece que su memoria episódica ha sufrido algún trastorno, posiblemente ocasionado por la perdida repentina de poder, ese poder que en el año 2001 fue purificado por un video.

Claro está que cuando no manejas medios y se dificulta la creación de opiniones favorables -ya que ésas son las que realmente cuestan y valen- y te enfrentas a la mayoría sin tanques en la calle, ni dinero en ingentes cantidades para ser usado descaradamente para comprar conciencias las entrañas se retuercen y la impotencia se apodera de la razón.

Tema paradójico, ya que lo que sobra en este caso son las razones. Barrios altos, la cantuta, Pedro Huilca, interceptación telefónica, la tortura de Fabian Salazar, esterilizaciones forzadas son historias que narran y explican el porqué Fujimori se desvela en su prisión temporal. Y éstos son sólo los delitos contra los derechos humanos, los de corrupción también tienen nombre propio.

Ahora se embozan en la ingenuidad del ex presidente Alberto Fujimori. Dos cosas muy puntuales: hay que ser demasiado incompetente e imbécil para no darse cuenta de lo qué el principal asesor hacía, o hay que ser demasiado cínico y timador para tener la conciencia de palo y negarlo todo apoyándose en la ignorancia de uno mismo.

Cuales quiera que fuera la verdad, la mayoría de los electores (de los cuales me exonero por motivos obviamente temporales) de la década del noventa se debe sentir, por obligación, culpable. Me explico: Sólo en un país con un nivel de ignorancia política muy elevado es capaz de elegir como presidente a un outsider que ya traía consigo a un asesor que tenía una hoja de vida tan discutida como la hoja de coca. Vladimiro Montesinos, el referido, había tenido una carrera militar muy escabrosa y rematada por ejercer la defensa de narcotraficantes.

Peor aún, a mediados del noventa, luego de la chanchada de erradicar el parlamento con sus cámaras de diputados y senadores y otros tantos actos repudiables, en las elecciones generales se presentaba una opción más que honorable: el señor Javier Pérez de Cuellar. Y cómo para reafirmar lo escrito líneas arriba sobre la ignorancia política, sumada a la necesidad del peruano de ostentar una deidad que sea medida sólo por los fines, mas no por los medios, Fujimori, en una elección en la cual sólo existió el fraude de la razón, derrotó a un demócrata a carta cabal.
Por otro lado, es utópico pensar que los reclamos descarados de los fujimoristas se terminarán.
Por el contrario, Dios nos libre de la exacerbación popular o el deseo tribal masivo (como lo llaman algunos autores) que éstos inculcarán en la calles. Es claro que un pequeño porcentaje del pueblo todavía cree en el alto nivel de fertilidad del espíritu santo, éstos son los mismos que creen en la inocencia de Fujimori y que serán usados por los titiriteros encargados de montar el circo social que gritará a los cuatro vientos voces de justicia, libertad y consideración para “quién nos liberó del terrorismo”.

Días de incertidumbre realmente importantes se aproximan. Fuera de la indiscutible extradición del ex presidente, los actos que realizará el gobierno son preocupantemente sospechosos. Sólo nos toca vigilar y confiar en la autonomía del poder judicial. Las posibles alianzas de los fujimoristas con el aprismo empiezan a dar atisbos de existencia: el apoyo al ministro del interior Luis Alva Castro. Ojalá que esa votación no halla significado lo supuesto anteriormente.

Y cómo para terminarnos de atiborrar de dudas sobre el futuro, una imagen más que tenebrosa ha invadido el Perú: año 2011, elecciones generales, una segunda vuelta entre Ollanta Huamala y Keiko Fujimori. Uno con su plan fascista-bolivariano-chavista y la otra con la libertad de otorgar el sobreseimiento a su padre (indulto). Frente a este panorama sólo nos quedaría tener listos los pasaportes y la maleta e ir buscando el taxi que nos lleve al Jorge Chavez.


...

Malditos sean tiempo y distancia,
malditos sean mis recuerdos,
maldito yo por ser hombre y tener corazón,
maldito por no saber olvidar...

domingo, 7 de octubre de 2007

Líneas para la única princesa

Desearía perderme en la métrica de tu mirada
y soñar que de tus ojos proyectas barrotes
que nunca nadie los podría romper
y que nunca nadie los podría traspasar.


Quisiera ser el viento abyecto de la tarde,
que no respeta la pulcritud de tu cabello
y que le importa nada acariciarlo
luego de arrebatarle lo más bello.


Desearía vivir en tu nariz odiada
y rozarla, tocarla, adorarla sin pretextos
para en unos años hacerme Da Vinci
y pintarla entre la luna de la costa y cerros.

Quisiera robarle horas a las mañanas
para dárselas a las noches cortas y cambiantes
y volverlas como algún tiempo antes:
interminables, especiales, no laborables.

Me gustaría escribirte hasta octubre de algún año
y sorprenderte con flores en los desayunos
para luego apagar el sol y guardarlo
y que todo el día sea oscuro como hace cinco años.