miércoles, 17 de junio de 2009

A mi Lili Esther...

Lili es preciosa. No pasa del metro sesenta, pero es inmensamente bella. Tiene el cabello negro y un cerquillo de cuando en vez. Lili es eterna. Tiene la mirada profundamente parda y sonríe siempre. Odia su nariz, las mentiras y, una noche sí y la otra también, a mí.

Lili adora las películas románticas que tienen comedia. Le gusta el Kentucky con ají, las pizzas de Pizza Hut, las clásicas medianas agrandadas al máximo de Bembos y el pan con hot dog del cine.

Lili es inconscientemente coqueta, demasiado sexy y muy ponedora. Las faldas le quedan muy bien; cortas o largas da lo mismo, sus piernas igual siempre despiertan deseo. Usa pantalones demasiado pegados. Adora las botas y modela cada vez que se compra unas.

Lili se demora mucho en el baño. Se pone crema en el cuerpo y perfume en el cuello. Tarda en combinar correa con zapatos y carteras. Casi no se hace las cejas porque las tiene perfectas.

Lili es inteligente y perspicaz. Muy dedicada a sus estudios y a su casa. Jode a mundo y medio (en buena fe) y es capaz de desquiciar al más paciente de los pacientes.

Yo soy un descuidado del carajo. Dejo de bañarme dos o tres días por pura desidia. Muero por mi cama y un buen libro. Odio levantarme a contestar el teléfono y abrir la puerta cada vez que mi perro ladra.

Yo tomo mucho y fumo más. Me encanta la salsa (añeja, muy añeja), los boleros y algunas canciones Chicha. Me gusta la esquina y el palpitar de la mala vida.

Yo no me afeito, ni combino los zapatos con la correa, ni me hecho cremas. No me gusta comprarme ropa ni nada.

Yo gusto del fútbol en mi sala, las tardes de domingo cuando se duerme a carta blanca, algún estupefaciente de vez en vez y que me bese -Lili claro está- sin previo aviso.

Yo amo a Lili a pesar de mis mil errores. Me encanta mirarla callado soñando que algún día será mi compañera para toda la vida. Me gusta imaginarle versos tallados en perpetuidad y no decírselos.

Yo le escribo menos de lo que la pienso y la extraño hasta teniéndola a mi lado. Vivo con miedo pensando que algún día dará vuelta y verá que soy lo peor que le pudo pasar. Se me es insostenible vivir con la idea de que hay mil tipos mejores que yo, que ya no me amará, que querrá lo mejor para ella.

Yo amo a Lili y ojalá me lean mis errores. Amo a Lili y quiero que sea feliz. Amo a Lili yla cuidaré pese a que ella no quiera. Amo a Lili y todo lo que escribí siempre fue para ella. Amo a Lili y ella me ama a mí. Amo a Lili y no quiero separarme. Amo a Lili y a Ana Fe que aún sigue aquí. Amo a Lili y quiero dormirme con ella en su mueble. Amo a Lili y quiero cocinarle su salchipapa que tanto le gusta. Amo a Lili y quiero que la vida nos lleve a donde nadie nos conozca para que finalmente podamos ser felices. Amo a Lili y quiero ser su vida. Amo a Lili que es mi vida.
Espero que esté claro que amo a Lili. Y si no…
¡TE AMO LILI!

A mi Lili Esther...

jueves, 8 de enero de 2009

Bitácora de un escarceo VII (NOVELA)

“Entonces qué, tenemos un negocio”. “Yo tengo un nuevo negocio, tú ahora trabajas para mí”, repliqué. Me miró sorprendido. Yo encendía un cigarro y me recostaba en el espaldar de la silla. “Cómo está eso pues”. Di una piteada y sonreí. “Si no te gusta no mas avísame. Aquí se hacen las cosas a mi modo. No te dejes llevar por mi pinta o mi edad”. Sus hombres llevaron sus manos a las magnum. Los míos hicieron lo mismo. “Tranquilos que no pasa nada. El señor YYYY sabe lo que le conviene. Además, hoy la noche no está como para matar a simples traqueteros (personas que se encargan de llevar la droga de un lugar a otro)”, grité mientras me servía un vaso de cerveza. “Ok, se harán las cosas a su modo”. “Diez cajas de cerveza, suban el volumen y cierren el bar. Es hora de celebrar. Ahora tienes el honor de laburar para Mamba”.

Así me llamaban, el Mamba, por la serpiente de Áfric. Letal, mortal si quería. Abyecto, desalmado, decidido. Me gané ese apodo a los 18, cuando sin pensar me enfrasqué en un pleito con cuatro tipos mucho mayores que. El resultado, desde ese entonces, fue el mismo. Yo ganador y con más hombres a mis pies.

Pensar que nunca imaginé llegar hasta ese nivel cuando era un traquetero más. Cuando tenía que caminar desde el Jirón Loreto hasta a la avenida Argentina para entregar un ladrillo (un kilo de cocaína). Nunca decía que no. Me daba igual si había intervenciones o la vuelta (entrega y en otros casos dañar a alguien) era muy jodida. Así me gane el respeto. Por bravo, por valiente, por imbécil.

Siempre trabajé para el capo del Callao. Un español que había llegado a Perú huyendo de la post guerra y había cimentado una empresa bastante rentable con la cocaína. Hacía negocios con Colombia y México y no había embarque que salga o entre al puerto si no era aceptado por él. Me agarró cariño el viejo. Creo que me quería. Pasábamos horas hablando de política y tendencias sociales. Yo para ser tan joven era bastante leído. Él para ser tan criminal era extremadamente culto.

Así fue como me convertí en su hombre de confianza. Él me regaló mi primera arma. Era una pistola corta con cañón rayado y funcionamiento semiautomático de repetición, que albergaba hasta 20 proyectiles. Fue de él. En un festín que coca, whisky y mujeres la sacó de su cintura y me la dio diciéndole a todos los presentes: “Este es mi hijo, el heredero. Lo que él ordene es como si fuera mi palabra.” Ahí empezó todo. Entré en un mundo donde solo había dos puertas: la del cementerio y la de la cárcel. Sin chistar entré, sin mirar atrás. A los 19 qué te puede pesar. A mis 19 era el rey del mundo, qué más quería yo.

Al poco tiempo el viejo murió y como era de esperar quedé a la cabeza de una organización que estaba en la cúspide del éxito mal ganado. Sin darme cuenta andaba chalequeado (con guardaespaldas) y decidía quien entraba al Callao y quien no. Compré a la policía y me hice amigos de los altos mandos. Todo andaba viento en popa. Al menos eso creía.

lunes, 5 de enero de 2009

Bitácora de un escarceo VI (NOVELA)

Quiero verla. Sé que quizás está con alguien más, que habrá estado ebria durante las fiestas coqueteando sin mirar a los costados, sin ataduras, sin reproches. Así ha de estar. Feliz, muy feliz. En tanto, yo tengo calor y los neuroviol ya no son suficientes. Qué cierto es. Cuando uno se complica uno se aplica, pero usualmente es en vano. Ya da igual.

Hoy llamó, no vino pero llamó. Me dijo que “no”. Luego de mucho pensar me había respondido y, con mucha pena según ella, decidía seguir su vida sin mí. “Estoy confundida. Hay alguien más. No puedo continuar”.

¿Suena familiar? A todos nos han terminado igual en algún momento. De cualquier modo siempre duele y a mí me termino de matar. Conversamos por quince o veinte minutos. Ella hablaba y yo ya no sabía que pensar. Escuche “no“ y hasta ahí llegué. Sin ser cursi, me eché a llorar. Subyugado por todo un pasado. Recuerdos, demonios, rostros. Jode como la puta madre. Como la puta madre del hijo que confundió a mi princesa. Lo confieso no fui un “gentleman” ni un Don Juan Tenorio. La poesía ya había caducado y la prosa casi no llevaba su nombre. Nunca le abrí la puerta del carro. Jamás le regalé rosas. Mirar el mar siempre quedaba en promesas, siempre promesas. Para ser más honesto aún, hasta puta la llame. Así de imbécil fui. Entonces de qué me quejo.

Soy XXXX y tengo una historia por contar, un pasado por declarar. Un relato que explicará el por qué de la bitácora de este escarceo.

jueves, 1 de enero de 2009

Bitácora de un escarceo V (NOVELA)

Pasar la noche vieja postrado en una cama no es lo más “cool”. Tampoco pone mucho. No pude escaparme, había mucha seguridad. Mujeres disfrazadas de pingüinos no me dejaron ni un minuto solo. No tuve más remedio que dormir, aceptar el sedante y dormir.

Al despertar ya estaba dicho todo. Descansé mientras todos chupaban como vikingos recién llegados a puerto. Descansé. Luego quise jugar play, pero no pude, no encontré la llave (el cd que activa el disco duro) y me conformé con una maratón de los Simpsons. Carajo, es la segunda vez que me pasa algo así. Como cuando dejé la llave dentro del carro. Fue el apuro, estaba tan ansioso de volver a tener a la dueña de mi corazón en una cama que olvide sacar la llave del contacto. Y luego, bueno… a recurrir a las malas artes para abrir la puerta. Fue muy vergonzoso que una princesa viera a un delincuente en acción. Fue penoso.

Mi día ha transcurrido entre leer poesía de Sabina y discutir conmigo mismo sobre la crisis de Alianza Lima. Luego cerré los ojos y aluciné jodido. Vi un mar con la orilla empedrada y yo perdido entre miles y miles de risas. A mi lado vi a una mujer cincuentona con semblante de ángel. Quise abrasarla. Llorarle, rogarle no sé que. Unos metros delante de mí estaba ella, la culpable de este delirio. Tan lacia, tan corta de ropa. Con sandalias y una gaseosa. La miraba mucho mientras un cigarro se consumía en mis dedos. Ella no volteaba. No sé que esperaba para acercarme… no lo hice.

“Hora de comer”, dijo una monja con ojos grandes, azules. “Puta madre, me cagó el chongo”, le dije. Se sorprendió y se fue llevándose la fuente de comida así que decidí dormir, otra vez. Me entregué a los placeres de los somníferos y me relajé.

“Anda dame que fume, porque me siento solo,
dame de fumar que no quiero estar triste no.
Jalada a jalada, porro a porro
se desnuda el alma y las penas no existen…”

Puta, vaya canción. Esta no ayudaba. Apague el aparatito y … y… y…zzzz