lunes, 16 de junio de 2008

Apartando de mí ese cáliz

He dejado el tabaco, el problema es que no sé donde... No, en serio, estoy dejando el tabaco y aún no siento la desesperante ansiedad de un pucho. Las apuestas ya empezaron. Por el momento, los que me dieron menos de 24 horas de fe ya perdieron. Mañana no sé que pasará.

Pero para ser honesto, he de confesar que hoy estuve a punto de caer en el placentero arte de matarme gustosamente con uno de esos bastoncitos incandescentes que calman la rabia, la amargura y la vergüenza ajena. Sólo a punto, por que mi fuerza de voluntad fue mayor... Fuerza de voluntad mis huevos, lo que pasó es que estaba en un ambiente de la universidad donde no está permitido fumar y además no tenía uno de esos productores portátiles de cáncer que les facilita la vida a los esteparios, suicidas inconscientes, intelectuales y simples fumadores.

Y es que como escribí hace algunos meses, el tabaco esta medrando mi ya tan mellada salud. Por otro lado, fortalece y ensalza mi tonto orgullo basado en la pura razón, las horas de lecturas imposibles de alcanzar para muchos y mis conocimientos deportivos que nunca, pero nunca, podrán compararse con los de algunos improvisados (un desfogue personal).

Sí, sé que esas líneas son estúpidas y sin fundamento aparente; además de arrogantes y edonistas, pero son las realidades más puras que emanan del efecto de la abstinencia tabacalera en mi ser.

Ya pronto será más noche y más frío. Y la hora obligada en que mis dedos exigen sentir esa menuda figura que alimenta a mis pulmones de humo se acerca a paso de marcha de Guerras Médicas. Ni El Quijote me distrae, ni los textos de mis blogs favoritos me atrapan. ¡Maldita abstinencia!

Dios mio, Taita Lindo, Yemaya, Ochun, Chango, Yave, Jeova, Alá, Poseidón, Zeus, Mefistófeles, quien sea... por favor, ayudenme a pasar de ese cáliz un día más.

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