domingo, 24 de junio de 2007

A mi fiel amigo Sancho

En cada mirada hay una vida, en cada vida hay un camino, en cada camino hay una historia, en cada historia hay una estrella y en cada estrella hay una ilusión. Es así que hace algunos abriles -mientras ponía el aparejo a mi Rocinante- apareció Sancho. Venía montado sobre su pasado, con las alforjas llenas de lágrimas y la ropa muy remendada con pedazos de reproches nunca dados.
Yo andaba en la dubitativa de vivir pueblerinamente o seguir pelando con molinos, hablando con las piedras, durmiendo despierto y amando como desahuciando. Sancho, cogió mi derecha, se escapó de mi sombra y me siguió si un ápice de duda.
Nunca entendí porqué se me acercó. Nunca entendí porqué ni siquiera preguntó si podía acompañarme. Sólo lo hizo y ahora es lo que es.
A nuestros inicios era todo rudimentario, de formas amorfas, de frases cortantes y de miradas segregadoras. Sin darme cuenta, la confianza que puse sobre mi vasallo lo llevó a convertirse en mi amigo. Juntos afilábamos nuestras espadas. Él limpiaba mi armadura y yo le hablaba de una vida que me enseñó con golpes y llanto la realidad de sus días.
Pasamos por tierras que nunca vieron un par tan disparejo. Peleamos juntos contra los gigantes de saco y corbata que tenían como principales armas sus costumbres, sus prejuicios, sus parámetros. Puse el pecho ante su rendición, lo levante y ensangrentado lo obligué a luchar ya no por él sino por mí y por su padre que lo esperaba en alguna covacha lejos del centro y cerca de los cerros. Y se paraba con la cara enrojecida y el sudor empapando su nuca luchaba y jadeaba y... vencía.
Así se fue haciendo fuerte. Levantaba piedras junto conmigo y bañaba a Rocinante mientras yo escribía cantares a mi hermosa Dulcinea.
Y sin darme cuenta ya había crecido, se sabía defender, ya no era un ignorante, algo había leído. Y sin querer enterarme una tarde entre tragos me dijo que se marchaba, que su vida ya tenía un rumbo, que hace algún tiempo desembarcó de ese barco que anadaba a la deriva y se había fijado un norte. Y por fin entendí... él había dejado de ser Sancho para convertirse en Don Quijote y yo había dejado de ser Don Quijote para ser un simple trovador de su historia.

1 comentario:

lili dijo...

Si pues pasaron muchas cosas juntos lo ayudaste a crecer y él te ayudo con solo estar ahi pero cada uno hace su camino eso es bien cierto y él ya eligió el suyo...